Jornada de reflexión


Soy optimista, sí; me lo dicen a menudo. Y tanta gente casi nunca se equivoca. Casi nunca. 
Pero no consigo esperar mucho de las elecciones de mañana domingo; tal y como nos dice El Roto, creo que es difícil elegir con quién equivocarnos.
Como veis soy cumplidor en lo tocante a reflexionar en estas vísperas; y por una vez lo haré por escrito.
Para quienes nos dedicamos a la docencia no abundan los motivos para esperar un tiempo nuevo. Descontamos la resignación acostumbrada con cada cambio de gobierno en lo que a Educación se refiere: en el mejor de los casos se cierne sobre nosotros una reforma incierta que podría ser bienintencionada; en el peor seguiremos como estamos, con centros de decisión política que dan la espalda sin pudor a lo que en otros países es una prioridad social consensuada décadas atrás. Muchos seguimos echando de menos a Ángel Gabilondo, un intelectual metido a político, autor del intento más serio y honesto que se recuerda para alcanzar un acuerdo a escala nacional por mejorar la escuela. Votaría al partido que lo presentara como el futuro Ministro de Educación; si alguno lo hiciera.
Pero no nos engañemos: la Educación no es un argumento electoral necesario para conseguir el poder en España; baste recordar la pobreza de las intervenciones sobre esta cuestión de los cuatro participantes en el debate decisivo celebrado el 7D. Más aun cuando la correlación entre falta de estudios y ausencia de espíritu crítico es tan patente. Los españoles nos conformamos conque los servidores públicos dejen de abusar escandalosamente de nuestros recursos, y con disponer de un poder adquisitivo que no nos excluya del derecho al consumo. Y a partir de ahí que el Estado no se entrometa demasiado en nuestros asuntos, mucho menos en los económicos, que los impuestos son cosa de sitios donde hace mucho frío. 
Pero yo he visto cosas que no creeríais: países en los que las personas sólo se atacan con palabras, lugares en los que la gran mayoría de los ciudadanos tienen altas expectativas de formación, en los que la cultura brilla de forma natural en el ocio cotidiano, en los que se aprecian los  servicios públicos, ... Hay momentos que no se perderán fácilmente como lágrimas en la lluvia, y entre ellos un comentario de mi profesora de Lengua y Literatura de 1º de BUP en el IES Martiricos de Málaga hace ... ¡tantos años!:
ni la posición social, ni la desventaja económica, lo que te discrimina de verdad en la vida es la falta de cultura, 
nos decía a aquellos protobachilleres  que empezábamos a intuir que el Bachillerato es para siempre, que hace despertar la fuerza dentro de nosotros.
La escuela no puede seguir esperando a que nuestros comandantes se pongan de acuerdo; tenemos que empezar a construir las naves que lleven a nuestros jóvenes a esos lugares. No hay excusas aceptables; las aulas rebosan del único visado preciso para ese viaje alucinante, la curiosidad. Sí, a veces hacen falta escalas y mucha paciencia; y otras toda la ayuda posible: el tránsito se llena de peligros por momentos. Pero todos estamos codificados con su sustancia y nuestro alumnado ha de empezar a fabricar sus brújulas para el mundo en el que vive porque siempre en movimiento está el futuro. Tienen que mirar más a las estrellas, buscando las voces que les ayuden a levantar la vista del horizonte de confusión que nos rodea. Que cada uno encuentre las suyas.
A mí me sirve la incómoda tesitura que nos plantea Castoriadis: o descansar o ser libres. Y puestos a cansarnos hay un punto de partida que creo esencial: la defensa de lo público, el rechazo al comercio con nuestros derechos fundamentales, la asunción de que hay servicios que aportan gigantescos beneficios de naturaleza social y cultural, y también económica a medio plazo, aunque arrojen un saldo negativo en la contabilidad nacional anual. Porque cuestan dinero, porque tienen gran valor, porque nos convienen a la inmensa mayoría digámoslo también.
Escuché hace pocas semanas a Miguel Ángel Santos Guerra defender la necesidad de una escuela contrahegemónica. Esta puede y debe tomar la iniciativa en la recuperación de algunas certezas que están en vías de extinción, peleando por ganarse el respeto de los ciudadanos, demostrando cada día cuánto tenemos que ganar colectivamente con una enseñanza pública de calidad para todos. Desde la credibilidad que otorga un esfuerzo íntegro tenemos que tomar la palabra;  aunque los valores que promovemos en la escuela hace demasiado tiempo que están descontextualizados de nuestro entorno no podemos dejar que nos conviertan en aquellos bosques de hombres-libro que predijo Ray Bradbury.
Disfrutad de Bernard Hermann mientras reflexionáis.
Y mañana id a votar con una sonrisa; no queda otra.

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